Hace unos años tuve un nuevo sueño,
peleado con las letras,
con miras a una vida de académico
¿por qué no aprender a pintar?
El primer cuadro que pensé,
la primera imagen que imagine:
mi padre,
ese negro desconocido,
dientes blancos,
enano domador de violentos rifles,
cabo del glorioso ejército,
victima devorada por las garras
de nuestra deliciosa barbarie.
Convoy licuado con balas,
emboscada guerrillera
en la lucha por la
libertad de un sistema opresor
en que
el terrateniente culea
mientras el hijo
de una familia negra,
el padre de un niño especial
y también padre de otro,
un hijo bastardo,
tiene que recibir los mordiscos
del plomo
para llevar alimento a su casa.
Negro hijueputa, no te conocí,
ni a ti, ni a tu familia,
fue una vida relativamente triste
con la falta, impuesta,
de una figura
cuya ausencia nunca comprendí.
Negro hijueputa,
no me diste los dientes,
no me diste el ritmo,
ni el color
ni el pene,
me diste un pasado interesante,
un padre bandido que mentía
para follar
(un típico soldado:
fuerte, valiente/estúpido,
machista).
Maricón, me regalaste una madre adolorida,
traumada por la violencia,
por el desamor y el orgullo herido,
una madre llena de culpa,
con una espina en el pecho por abandonar
la posibilidad de "una familia sana",
me diste una familia desconocida
a la cual,
algún día conoceré.
Negro precioso:
hiciste estupideces,
fuiste gallardo, salvaste vidas
(¿y si era tan pro, porqué se murió?),
te desconozco,
eres una sombra,
tal como dicen que lo fuiste vivo,
estando muerto eres una sombra
y creo que puedo comprenderte,
tal vez,
en nuestra sangre corre un hambre atroz,
un hambre que la deficiente educación
erótica y sexual
nunca nos enseñó a sobrellevar.
Negro, Roberto, mi negro desconocido,
ojalá no hayas sufrido demasiado
siendo puré de señor cerdo.
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