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miércoles, 22 de julio de 2020

30. Roberto, negro precioso

Hace unos años tuve un nuevo sueño,

peleado con las letras,

con miras a una vida de académico

¿por qué no aprender a pintar?

 

El primer cuadro que pensé,

la primera imagen que imagine:

mi padre,

ese negro desconocido,

dientes blancos,

enano domador de violentos rifles,

cabo del glorioso ejército,

victima devorada por las garras

de nuestra deliciosa barbarie.

 

Convoy licuado con balas,

emboscada guerrillera

en la lucha por la

libertad de un sistema opresor

en que

el terrateniente culea

mientras el hijo

de una familia negra,

el padre de un niño especial

y también padre de otro,

un hijo bastardo,

tiene que recibir los mordiscos

del plomo

para llevar alimento a su casa.

 

Negro hijueputa, no te conocí,

ni a ti, ni a tu familia,

fue una vida relativamente triste

con la falta, impuesta,

de una figura

cuya ausencia nunca comprendí.

 

Negro hijueputa,

no me diste los dientes,

no me diste el ritmo,

ni el color

ni el pene,

me diste un pasado interesante,

un padre bandido que mentía

para follar

(un típico soldado:

fuerte, valiente/estúpido,

machista).

 

Maricón, me regalaste una madre adolorida,

traumada por la violencia,

por el desamor y el orgullo herido,

una madre llena de culpa,

con una espina en el pecho por abandonar

la posibilidad de "una familia sana",

me diste una familia desconocida

a la cual,

algún día conoceré.

 

Negro precioso:

hiciste estupideces,

fuiste gallardo, salvaste vidas

(¿y si era tan pro, porqué se murió?),

te desconozco,

eres una sombra,

tal como dicen que lo fuiste vivo,

estando muerto eres una sombra

y creo que puedo comprenderte,

tal vez,

en nuestra sangre corre un hambre atroz,

un hambre que la deficiente educación

erótica y sexual

nunca nos enseñó a sobrellevar.

 

Negro, Roberto, mi negro desconocido,

ojalá no hayas sufrido demasiado

siendo puré de señor cerdo.


-EGO Derenif Yahir G.

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